Pacto ficcional

Caro lector, antes de leer, firmemos un pacto:

Juro no escribir la verdad, ni toda la verdad y algo más que la verdad.

¿Jura creerse la mentira, toda la mentira y nada más que la mentira?





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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Fe



Cuando Poesía te permite expresar lo que ni siquiera entiendes:



Bonito desperdicio


A veces echar de menos puede resultar bonito.
Es bonito amar a, pensar en, acordarse de.
Dedicar amor, en general, es bonito.

Pero extrañarte a ti
(amor, me vas a perdonar que te lo diga)
es tan torpe como darle un beso a una guindilla:

algo tan ingenuo que no entiendo
cómo puede escocer hasta
desear arrancarme los labios,
por estúpida.

Y nunca imaginé
una levedad tan aplastante,
un principio tan acabado,
una raíz tan yerma,

un amor tan a la basura.


lunes, 14 de diciembre de 2015

Soy de donde


Soy de donde roban a la gente, para obligarla a robar, para poder decir que ha robado y hacer todo lo posible por arruinarle la vida.
Soy de donde techos vacíos se derrumban porque no tienen familia, igual que una madre se derrumba hacia el vacío desde un séptimo, porque su familia no tiene techo.
Y tengo que escuchar todas las Nochebuenas a esos que se pudren en oro porque dicen que nos representan, diciendo que todos somos iguales ante la ley. Y no se les cae la cara de vergüenza.
Y a ella, que es el tesoro más libre que este lugar ha visto nunca, la tienen secuestrada porque saben que si la alcanzamos nos hará libres. Y la están obligando a hacer lo que no quiere: quieren que se prostituya por las esquinas a un precio que solo ellos pueden permitirse. Os digo que no sé con qué derecho, pero le han puesto precio porque quieren vernos otra vez de rodillas, pidiéndole limosna a su caridad repugnante, o en una cuneta comiendo hierba.

Y no quieren ni que la veamos, porque se llama Cultura pero significa Libertad. Y eso los aterroriza.


URÓBOROS




     Lo peor de una frustración es que no se va. Te obsesiona. Las frustraciones son redundantes: doble o nada. Puedes hacer como que no está o fingir que no te importa. Da igual. Puede que a veces te mires al espejo y no esté, pero no se ha ido, está ahí, debajo de la piel, quizá enroscada en el tobillo, puede que camuflada entre el cabello, o justo debajo de los dedos de los pies. Pero el espejo no te avisa, se calla como una perra mientras la serpiente le guiña un ojo. Solo se estaba cambiando de camisa antes de seguir interrogándote, urgándote, comiéndote, envenenándote.


     Y un día te levantas y no sabes por qué pero hay algo incómodo al poner los pies en el suelo, hay algo demasiado amargo en el café y es como si alguien hubiera estado toda la noche cortando cebolla, y no sabes si es que te pesa demasiado la sangre o es que parece que no tuvieras ninguna. Y quizá no quieras saberlo, pero la verdad es que (otra vez) estás de nunca hasta las cejas.


     Será que te ha vuelto a morder. Será que se te ha vuelto a llenar la boca de zumo de limón. Será que “nunca” algunas veces es como una espiral negra llena de espinas y otras el fondo de un pozo a dos milímetros de tu nariz.


     Pero ahora qué más da, si acabas de mirar al espejo y ya no estabas tú, solo había una pescadilla que no paraba de intentar morderse la cola.






viernes, 27 de noviembre de 2015

SINESTESIA ERES TÚ




Llegas con toda la selva en las pupilas, derramándome la miel por los párpados, con un murmullo de mar en cada pestañeo. Hablas y sé que tienes la garganta llena de colores cálidos y un aliento de cascabeles que me roza sin querer los labios y me suenan todas las estrellas. Tu piel, que a veces verdea, me susurra no sé qué historias a borbotones y en tus manos, mapas para perderse en cualquier lugar, leo la hoguera de todas las madrugadas. Hay un enigma grabado en tu boca y lo único que sé es que el paladar se me llena de recuerdos si te respiro, pero nunca logro adivinar de dónde vienen ni sé descifrarlos porque yo qué sé a qué sabes (qué más quisiera) cuando me miras.



martes, 10 de noviembre de 2015

mañana




Esperanza (George Frederick Watts)


se me ocurrió pensarnos
veneno puro
a quién se le ocurre


me gustó tanto que
me he quedado a vivir
aquí
contigo
en ningún sitio
nunca
y de ninguna manera
a esperar nada
y sin pedir cita porque ya sé
ya lo sé
que no me va(s) a tocar


siempre digo que podré largarme
cualquier domingo
y mañana no sé pero hoy


ya es lunes


#SilencioClaroCasiEnBlanco





creo que cuando te has ido te has llevado todas
todas
las palabras

debería estar prohibido
robarle las palabras a quien más

las necesita








domingo, 8 de noviembre de 2015

Libertad condicional



No consigo dormir. 
Tengo una mujer atravesada entre los párpados. 
Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo 
una mujer atravesada en la garganta.

"La noche", Eduardo Galeano



Cosas que pasan cuando un soneto se te atraviesa entre los párpados, en la garganta... y te amarra los dedos, te corta la circulación, para que no puedas dormir:





miércoles, 4 de noviembre de 2015

memoria imposible



Sin querer, esta madrugada,
he recordado el aplauso
de tus pies por el pasillo.

Cuando llegabas a mí,
la casa era una selva
poblada de jazmines.

Y tu aliento un rumor de luz
en medio de todas las sombras.

Pero 
¿qué pasillo? ¿qué casa?
¿en qué vida?

¿Qué recuerdo?

viernes, 30 de octubre de 2015

La piel del elefante

¿Quién no ha dudado alguna vez de la propia memoria? Seguro que hasta los elefantes, a veces, se sienten perdidos en el caos de su cabeza y son incapaces de recordar cuándo sucedió tal cosa, cómo sucedió exactamente, cuáles fueron las palabras concretas, cómo se sintió en un momento dado, qué había imaginado… ¿Te imaginas que el elefante pudiera ir escribiéndose en su propia piel, contándose la vida más allá de su memoria? A base de tinta podría, al menos, tener algo más clara su verdad, como un espejo en el que reconocerse. ¿O le daría miedo?

Yo no sé en qué momento me di cuenta de que necesitaba contar: no sólo lo que me pasaba, sino también (y sobre todo) lo que sentía, lo que imaginaba, lo que podría ocurrir o haber ocurrido y que  (en unos  casos por suerte y en otros por desgracia) no sucedía, pero tampoco dejaba de ser verdad. ¿O son, acaso, los pensamientos o los sentimientos, menos ciertos que los hechos?

A los ocho o nueve años rompí mi primer diario. Dejé de confiar: quizá resulta complicado entender la mayor o menor relevancia que pudieran tener unas páginas de niñez. Yo le di la importancia que para mí tenía en ese momento. Sin darme cuenta, había perdido la confianza en la escritura. Desde entonces he estado enfadada con ella, se acabaron por laaaargo tiempo los diarios (al menos, los diarios sinceros), aunque a menudo me sorprendía apuntando en alguna hoja diferentes desenlaces para algún “conflicto” que me preocupara.

Recuerdo que siempre iba por orden. Escribía, primero, lo peor que se me ocurría: ideas catastróficas como calumnias en el patio del colegio, conspiraciones, expulsiones, atentados contra mi familia, juicios, cárceles, deudas. Cómo temblaba e incluso lloraba, a veces, relatando la posibilidad remota y surrealista de que todo encajara para que mi corta vida se viera irremediablemente truncada. Síntomas todos que se contrarrestaban cuando el mundo me sonreía anotando las mejores posibilidades. Respiraba tranquila recreándome en las hipotéticas situaciones en las que el conflicto simplemente desaparecía o acababa reducido a una simple anécdota. Después escribía otras opciones centrales que, para mi ingenuidad, por su posición neutral entre lo muy bueno y lo muy malo, tenían más posibilidades de ocurrir. Me parecían más lógicas y, por tanto, más verosímiles; como si la vida misma siguiera las normas de alguna ley, algún equilibrio... Pasaba por alto que quizá la única lógica imperante en aquellas “soluciones” era la de la ficción, esa que aún de vez en cuando (más veces que cuandos) me florece por las sienes.

Después, ya adolescente, vinieron las reflexiones efímeras, tan efímeras que, a veces, entre su escritura y su destrucción no había ni siquiera un ejercicio de relectura. Y comenzaba a aflorar la poesía, que no vino primero pura ni frívola, pero yo, niña con ojeras, le sonreía. Porque, a pesar del corsé, traía consigo los dibujos de un montón de sueños y esperanza; y entre sus ropajes de colores pude, más de una vez, refugiarme. En ocasiones lograba verle la cara y descubría, en sus rasgos y sus contornos, algunas expresiones que coincidían con las que el espejo me contaba. Quizá aún queden restos en alguna cañería o en los pozos de algún café: scripta manent era, a veces, un collar de soga en mi garganta.

Hoy me pesan esos escrutinios contra mi verdad, contra mi evidencia, contra la memoria y contra mí. Qué estupidez la de despojarse a una misma de una de las pocas cosas que ninguna otra persona podría arrebatarte. Esa piel de elefante que, forjada justo entre el dolor y la cicatriz, nunca deja de significar.

Hace relativamente poco he vuelto a los diarios, por necesidad, por ordenar la vorágine que a veces es el pensamiento, por atestiguar, por reconocerme en mi letra; y escribo esto como reconciliación con la escritura (y con la memoria). Ahora sé que es para mí como una hermana en la que me reconozco y con la que me peleo a muerte, a arañazo limpio, a tirones de hojas, a bofetadas de recuerdos… pero sin la cual me sería imposible imaginar la vida. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

#evidencias




Un rumor insaciable de vidrio:
reventándose las antenas,
una mosca.

Un olor suicida de hielo:
no cala la tierra porque rebota,
la lluvia.

Yo, desde mi almohada,
puedo ver el fondo
de todas las piscinas.
Y esa verdad tampoco me sirve.

¿Quién será más estúpida de las tres?



domingo, 26 de julio de 2015

El nudo de tu cuerpo



a veces nuestros ombligos, cíclopes enamorados, juegan a rozar las pestañas y se besan como las mariposas. El tiempo y el espacio son llanos (sabrás ya que mi cuentitís es aguda), aunque eso es lo de menos: cualquier cronotopo es bueno si está tu boca, que a veces es blanca de media luna (aunque no es cursi ni esdrújula porque nunca está pálida), pero otras veces es roja de sol en el quicio de la puerta. De las dos formas deslumbra y abrasa. Hace de atmósfera y de desencadenante de todas las tramas posibles e imposibles de la piel traspasada, abecedario infinito, historia en la que los dedos se manifiestan con arrojo contra el desenlace.

Por eso, a priori, éste me parece un cuento imposible: nuestro nudo, no contable, por naturaleza, no cabe en ningún sitio. Solo me queda aferrarme a unas cuantas líneas, a un código finito, trazar un planteamiento, ponerle alas y dejar que vuele. Se trata de escribirte, en directo y en indirecto, de manera exacta pero sin reglas. Todo depende de las circunstancias. Así puedo escribirte en directo, por ejemplo, matándome a versos. O indirectamente puedo escribirte una tilde, si quiero, sobre tu ombligo, que es como una o en la caligrafía de un niño. Y juego, entonces, a ponerle ceja al cíclope, que tiene corazón propio: como el mío, también tiembla y se estremece cuando su nudo se confunde con el de la garganta y les salen todas las vocales a la vez.


Pero este nudo no va con tinta. Porque está hecho de brazos, piernas, troncos, cuellos, piel. No se acaba y no se sabe nunca quién lo empezó. Es redondo y en él sólo se vislumbra, a veces, el horizonte incandescente, a lo lejos, desde el fondo de mis ojos hasta el fondo de los tuyos, donde volvemos a leer, entre la realidad y la fricción, que érase una vez un cuento en el que

viernes, 3 de julio de 2015

Contra Ana Fontalba (Parte 3)


Volví a soñar con su escritura. No tenía ni idea de que el papel escrito pudiera pesar tanto. No hablo de peso físico, hablo del peso de lo que permanece. Scripta manent. La siento latir a veces, y podría asegurar que la sensación es casi tangible si no recordara cómo la vi desangrarse. ¿Puede palpitar un corazón sin sangre? Seguro que sí. Por eso tuve que deshacerme de toda la cantidad de papel que dejó manchado por su puño y letra. Intuí que era inmortal, aún, en sus testimonios, en sus experiencias, en los pensamientos que describía, en su memoria y en su imaginación. Por eso decidí quemar los diarios, arrojar al váter los primeros poemas, romper todo sus intentos de plasmarse en el blanco. De su letra sólo me quedé  con los apuntes de lengua (los de literatura me parecían demasiado personales).

Me desviví tratando de reunir documentos que no tiré porque no estaban a mi alcance: hay gente con la que ella compartía sus textos personales. El mundo está lleno de Zenobias Camprubíes. Me dijeron que ya no tenían nada, pero sé que hay cosas que no me dieron por miedo a que intentara, de nuevo, destruirlas. Después me desviví, lo reconozco, por recuperarlo todo. Necesité recordar y lo necesito a veces. Imposible. Scripta manent  hasta cierto punto, y ya ni siquiera me fío de mi propia memoria: puede que ella se llevara, también, al elefante.

Ahora sospecho que hay alguien que escribe un diario a su nombre, pero he mirado en todas las libretas con pintas de diario y no hay ni rastro. Tendré que asegurarme. Me da miedo. Un diario puede llegar a suponer un poder descomunal que me gustaría reservarme.



Un diario sincero es el purgatorio: podría bajarla de los cielos o 
enterrarla para siempre en lo más hondo del infierno.


lunes, 27 de abril de 2015

[ - INSERTE TÍTULO - ]


Por la noche el instituto era diferente. Parecía vacío de libros de texto, de diccionarios, de alumnos y de profesores. Me gustaba, cuando pasaba por allí, cambiarme de acera y tomarle fotos desde diferentes perspectivas.  Cada una de ellas era una historia: las había de primeros amores (de los que a veces matan pero nunca mueren), de viajes al fin del mundo con el sol en las pestañas, de borracheras de madrugada, de miradas cómplices, de cadáveres en las alcantarillas, de zombis y sombras fantasmagóricas, de nostalgia, de libertad. Las había de vida y las había de muerte.

Pero aquella noche, cuando mis pasos alcanzaron, de camino a casa, la acera del edificio, sentí en la boca del estómago un pálpito. Necesitaba tomar fotos desde dentro del instituto. Desde el otro lado, la calle, sus recovecos y cada una de sus historias, serían mías. No me pude contener: tuve que saltar la valla. La primera fotografía que hice…

lunes, 13 de abril de 2015

Ha de morir el hombre



Que muera el ser humano
cuando cesen su error,
su fallo y su aliento.

Que muera el ser humano
cuando  sucumba su imperfección
y los aguijones de su pecho.

Que muera el ser humano
donde perezcan, avergonzadas,
la sencillez y la ignorancia
de esta estirpe de tropiezos.


Solo entonces, cuando,
como rama de laurel cortada,
abandone, en el triunfo,
el leño de la vida,

ha de morir el hombre.


sábado, 28 de marzo de 2015

A Miguel

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
MIGUEL HERNÁNDEZ


Que te quedes, no te harán daño, le dije. Que te sigo. Que me matan. Que me muero. Hablábamos de la muerte para dejar la vida al descubierto. Pero nos equivocábamos. Nunca debimos emprender un viaje tan interminable estando ella de ocho meses. El niño no vivirá y yo me  dejaré caer en los pastos que cubrirá la nieve para que de las cuencas de mis ojos nazcan flores que irriten a quienes prefirieron la muerte a la poesía.
¡Miguel, se cumplirá tu profecía!
¿Dónde estarás ahora, Miguel, que no puedes consolarme? Daría una eternidad por poder escuchar otra vez tus versos líquidos, tu palabra templada, tus consejos de amigo. Quizás tanto dolor me convierta en un poeta, Miguel, y puede que ya no tengas que rezumar tanta benevolencia. ¿Recuerdas cuando me llamabas el arquero proletario? Elena te quería por eso y te seguirá queriendo aunque esté muerta.


Los girasoles ciegos, ALBERTO MÉNDEZ

miércoles, 4 de marzo de 2015

Bulerías de la canica


Andando entre pies descalzos
vino a verme la luz del día.
En las mejillas la lumbre
de amapolas que florecían.

En medio de gigantes grises,
naranja rueda una canica,
y, al aire, la carcajada
cortó la hebra que mecía,
de mi viejo payaso inglés,
la duda que el niño tenía.

Cascabel en las entrañas,
brillaba de plata la herida,
andando entre zarzas negras
como buscando la salida.

Alzó la frente y vio la bruma:
frío y acero en la saliva.
Tragar o escupir con fuerza
dulcísimas aguas marinas.
Respirar sangre o desagüe,
da igual vendaval o brisa.

Aire que el pelo no mueve,
eterna juventud marchita;
con la arruga de su frente
nunca planchó su camisa.


A medias con Lorca (cinco letras entre la B y la Z)

lunes, 23 de febrero de 2015



A lo lejos el almezo, la casa, el alambre donde tendía al olor de unas mil estrellas entalladas en la espesura. La lluvia se rompía sobre las tejas de chapa gris: no siempre el árbol afinaba el llanto.
Muchas veces se hacía tarde y una mueca agria le estrangulaba los sentidos. Ya sorda y ciega, respiraba hondo cuando lo veía llegar, empapado y muerto de frío, oliendo a heno, al refugio del hogar.