Solía quererlo porque se notaba a la legua que era alguien
especial, una de estas personas que parecen estar hechas de otro material
distinto al resto. Su rostro evocaba, en formas desdibujadas, la ilusión y la
alegría de un niño pequeño: sus grandes ojos llenos de brillo y su enorme
sonrisa destacaban sobre la forma redondeada de su cara, y dejaban asomar esa
expresión entre el asombro y la alegría que sólo él tenía.
Era el tipo de personas que, cuando están ausentes, todo el
mundo nota que falta algo, faltaba él. Los días entre semana solía llegar
animando al personal, aliviando el sueño y los malos humores mañaneros con unas
bromas y risas; parecía como si quisiera agradecerle a todo el mundo lo
increíble que era el milagro de vivir. Podía despeinarlo, ir y tocarle el pelo,
la cara, hacerle todas las carantoñas que se me antojaran, con la tranquilidad
de que, en lugar de enfadarse como normalmente hacía todo el mundo, sonreiría y
me abrazaría. De hecho, él jamás se enfadaba, no iba con él aquello de mirar
mal a un amigo o dejar de hablarle por mucho que el otro se hubiera pasado, lo
peor que le podía pasar era estar mal con la gente que quería; decía que
enfadarse era una manera demasiado tonta de desaprovechar los buenos momentos
con la gente que queremos.
Era incondicional, podías llamar a la hora que quisieras, no
importaba si estaba ocupado, durmiendo, en la ducha, viendo la tele… no
importaba, llamabas con la seguridad de que él estaría para responder,
escucharte, charlar, ayudarte… Además, cuando sentía impotencia por no poder
hacer nada para animarte, como caído del cielo, se presentaba donde estuvieses,
o simplemente sacaba su inmensa imaginación y te contaba dieciocho mil cosas
divertidas (como si de verdad le hubieran ocurrido) con una habilidad increíble,
de manera que, cuando dejabas de hablar con él, te ibas con la sonrisa en la
boca.
Algunas veces llegaba yo a pensar que no estaba muy cuerdo,
porque llevaba encima un gran despiste, solía decir cosas sin sentido que sólo
él era capaz de entender, y llegaba a ser demasiado inocente. Sin embargo,
sabías que debía de haber algo en él, una inteligencia especial, una magia,
porque siempre te sorprendía, era capaz de ingeniar planes inverosímiles para
tan sólo hacerte sonreír.
Era una persona increíble, tan grande que sabías, porque
escondía en él una parte de misterio, que jamás llegarías a descubrir lo enorme
que era. Pero, como suele decirse últimamente, todo cambia.