Pacto ficcional

Caro lector, antes de leer, firmemos un pacto:

Juro no escribir la verdad, ni toda la verdad y algo más que la verdad.

¿Jura creerse la mentira, toda la mentira y nada más que la mentira?





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miércoles, 25 de septiembre de 2013



La última farola se apagaba ante las primeras claras del día; pero, al parecer, seis ojos ebrios no distinguían aún suficientemente bien: ninguno de ellos vio el bulto sobre la acera y una de sus suelas se dejó caer encima de aquello. Un alarido de dolor estremeció a los tres transeúntes que, tras comprobar lo que pasaba, se echaron a reír y siguieron su camino. Tras dos o tres pasos, el mismo pie que lo había pisado se volvió para encajarle una buena patada en el costado seguida de un grito de desprecio: <<¡Maldito canino!>>, y el bulto de la acera volvió a contestar con un alarido, pero esta vez más fuerte, de humillación. Finalmente, los tres individuos se largaron mientras se arrastraba, sin fuerza, hasta la farola, donde se recostó hasta recuperarse un poco del golpe. Luego se incorporó, abrió bien los ojos y se dirigió, acera arriba, hacia la calle, hacia la casa, aquella casa que rondaba todas las mañanas. Allí esperó, medio camuflado, hasta que  por fin escuchó la puerta abrirse y vio a los dos niños. Ese era, a la vez, el peor y el mejor momento de cada uno de sus días desde hacía un par de años. Todas las mañanas, el bulto de la acera y sus dos hijos lloraban a tan solo unos metros de distancia. Todas las mañanas la misma voz taladraba los tres corazones: <<¡Maldito vagabundo! ¡Borracho pestilente! Aléjese ya de mi casa. Estos ya no son sus hijos.>>