Cierras la puerta y te sientas en la mesa. Y ves el tarro medio vacío. Miras
al frente, luego a un lado, luego arriba. Y parece que la sustancia se oscurece
levemente. Te tumbas con las rodillas flexionadas, los
pies fríos en el suelo. Cierras fuerte los ojos y hablas: como esas veces en
las que una hebra parte de tu muñeca hasta la boca del tarro y lo alimenta de
tinta, e incluso sobra, a veces, para llenar un par de hojas. Entonces, entre escalofríos, sumergías allí los cinco dedos, en unas cuantas centenas de abecedarios, y los
sentías plenos porque escogían las mejores texturas. Las mejores para que
pudieras plasmarte en el blanco. Pero hoy no. Ni siquiera un par de garabatos. Vuelves
la vista al tarro y no hay color ni tinta que valga. Cierras la puerta y te
sientas en la mesa. Y lo único que consigues es, si acaso, golpearte con el
borde en el codo. "Cómeme el garabato, tarro de mierda."
Pacto ficcional
Caro lector, antes de leer, firmemos un pacto:
Juro no escribir la verdad, ni toda la verdad y algo más que la verdad.
.
sábado, 20 de julio de 2013
miércoles, 17 de julio de 2013
Tinta fétida.
Aún no calzaría un
34 cuando cientos de pequeños marfiles desconocidos se mostraban a su paso sin
acercarse demasiado. Y una mano, desde
el suelo, tiraba del hilo que pendía de su frente, y ya no le soltaba, y sus
pies ya no sabían. Ya no sabía. Si era él. Si era algo. Si no era nada. Si era
peor que nada. La carne de sus labios ya no resistía más contener los tantos
nudos de su garganta, ni sus párpados tanto líquido. Y el suelo, al que miraba,
ya tampoco lo veía. Y cada palabra que escuchaba iba directa a esconderse en
sus adentros. Y aceleraba, entre grises y marrones, hasta que llegaba a una
puerta que cerrar. Entonces enseñaba sus marfiles, de rabia, frente al espejo,
mientras rebuscaba algunas palabras que salían asustadas, y conseguía ahogarlas
hasta que se iban por el agujero del lavabo. Pero hay otras que no se las
encuentra por muy bien que las conozca, y sigue usando el mismo tipo de tinta
que apesta a miedo si le respiras cerca.
martes, 16 de julio de 2013
Pájaro mance (II)
Se acerca por la orillita
voz morena aceitunada,
va entornando los ojillos
entre tupidas pestañas.
A la
sombra, entre los juncos,
con las
rodillas hincadas,
mientras
lava sus vestidos,
al
pajarito le habla:
-Pajarito,
si yo fuera
de plumillas,
pico y alas,
bailaría
contigo al son
de
los grillos y las chicharras.
El
ave oye y se acerca
y se
posa entre las cañas.
La
niña pinta sus plumas,
entre
susurros le canta,
y se
duerme el pajarito
entre
las manos y las enaguas.
lunes, 15 de julio de 2013
Pájaro mance
“Pasadas las
zarzamoras,
los juncos y
los espinos,
bajo su mata
de pelo
hice un hoyo
sobre el limo.”
F.G.L.
Al río va el pajarillo
creyendo que tiene sed
y quiere mojarse el pico.
Al sol las plumas le bailan
si canta el avetorillo
y alguna que otra chicharra.
Pasa cerca y burla al río
con el roce de sus alas,
y el viento lleva el quejío
de las gargantas del agua.
Al río va el pajarillo,
a que lo vea una gitana
que va a lavar sus vestidos.
Triste del ave que cree
que baila cerca del río
sólo porque tiene sed.
viernes, 12 de julio de 2013
Sal de manos. Mal de sanos.
Esta
madrugada he rasgado de nuevo el silencio
entre
mis sábanas
Esta mañana mi carne aún tenía las marcas
alrededor
de mis muñecas
Porque eres
siempre la misma bestia que
calla y
se abalanza sobre mí
con sal
en las manos
Para
deshacer la escarcha que yo
voy fundando
en mi sangre
durante
tu sueño
Yo ya me
sé
cuándo se
les cae el disfraz a mis pesadillas
miércoles, 10 de julio de 2013
En otros escritorios.
Yo voy a mirar. A ver si se ven más árboles desde otras ventanas. A ver
desde cuál se ve la luna más noches. Quiero bañarme a los ojos de un sol
distinto cada día y sentir que me enmaraña el pelo y me brilla en la cara. Y ya
me contarás si me dejé ganar o no por la fuerza de sus rayos. Quizá en otros
escritorios no sea igual. A ver si con otro boli cambio de letra. Si las
farolas están solamente para dar luz, que se lo digan a los perros, o a los
borrachos… De repente, un olor a
alcantarilla o a cieno. Tres patas para un banco bajo uno de los postes que
iluminaban la acera. Me senté con ellos y estuvimos dibujando algunas cosas que
no recuerdo. A ver cuánto humo más puede enredarse entre mis pestañas, pensé.
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