Después
de comerse su bocadillo sentada en el poyete, Julia Gracia abría su zumo y
paseaba por todo el patio, deteniéndose al lado de los árboles y, solo a veces,
con aquellos chiquillos en los que encontraba caras amigas. Cuando se dirigía hacia
la última esquina para pasar de largo e iniciar otra vez el recorrido, vio a su primo, Héctor Gracia, que estaba a
punto de terminar su almuerzo mientras discutía con Juan Rodríguez y Rafa
Morales. Los chicos se quedaron en silencio cuando la vieron aparecer, porque
nunca se acercaba. Julia Gracia sonrió y se giró para continuar su ronda.
-
¡Espera! – le dijo Juan Rodríguez – Pues dice mi mamá que eres la más guapa de
todo el cole porque tienes el pelo así de largo y los ojos así de grandes. –
gesticulaba moviendo mucho las manos, con los ojos muy abiertos.- Y yo le he
dicho que por eso eres mi novia. Por eso y porque eres la más guapa y la más lista
de toda la clase.
-
¡¿Qué dices?! - Rafa Morales la cogió fuerte
de la mano – ¡Julita es mi novia!- Acentuando el posesivo como si le fueran los
labios, la garganta y la vida en ello.
Julia
Gracia sonreía nerviosa con la boca muy abierta y la lengua en la comisura de
los labios. Héctor miraba muy serio a su prima. En cuanto llegara ese día a casa
se chivaría. Julita no podía tener dos novios, mucho menos si ninguno de ellos
era Francisco Mejías. Ni Rafa Morales ni Juan Rodríguez sabían que la mamá de
Julia le había dicho a ella que Francisco Mejías era muy guapo porque tenía las
pestañas muy largas. Aunque, en realidad, a Francisco Mejías le gustaba Raquel Aguilera, porque era delgada y siempre quería jugar al fútbol o a las canicas y
porque, además, era la primera de la lista. Cuando Julita se soltó de la mano
de Rafa y dio media vuelta sin mediar palabra, Héctor y Juan miraron a su
amigo, con asombro y burla respectivamente.
Mientras
su mamá le preparaba el agua de la bañera aquella noche y él se desvestía, le
dijo que ahora no sabía si Julita era su novia o no lo era, porque después de
soltarle la mano no se había reído.
-
No te preocupes, mi amor, mañana la
coges de la mano y se lo preguntas.
-
¿Y si me dice que no?
- Pues, si te dice que no, será porque
todavía eres muy pequeño. Los dos sois muy chiquitos. Si te dice que no… Mira,
si te dice que no, la sueltas y le dices que tú ya tienes otra novia.
-
¿Paula Frías?
-
Paula Frías también es muy guapa… Tú no
te preocupes, cariño, si Julita no quiere ser tu novia ahora, seguro que querrá
serlo dentro de muchos años.
Y
así fue como Rafa Morales, al día siguiente,
cogió de la mano a Paulita y no se soltaron hasta que no sonó la campana que
indicaba el final del recreo. Y es que a los seis años nadie se espera la
soledad de los cuarenta, ni la de los treinta, ni siquiera la de los veinte.
Solo unos años más tarde, en los recreos de los cursos anteriores al instituto,
cuando los grupos se vuelven mixtos y todos juegan, a veces, al conejo de la
suerte, hay escenas en las que algunos sonríen con menos entusiasmo que otros.
Aunque mi madre me siga diciendo que tengo derecho a perder todos los trenes
que me dé la gana*.
*Expresión extraída de la película Las ovejas no pierden el tren (Álvaro Fernández Armero, 2015)