Pacto ficcional

Caro lector, antes de leer, firmemos un pacto:

Juro no escribir la verdad, ni toda la verdad y algo más que la verdad.

¿Jura creerse la mentira, toda la mentira y nada más que la mentira?





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viernes, 30 de octubre de 2015

La piel del elefante

¿Quién no ha dudado alguna vez de la propia memoria? Seguro que hasta los elefantes, a veces, se sienten perdidos en el caos de su cabeza y son incapaces de recordar cuándo sucedió tal cosa, cómo sucedió exactamente, cuáles fueron las palabras concretas, cómo se sintió en un momento dado, qué había imaginado… ¿Te imaginas que el elefante pudiera ir escribiéndose en su propia piel, contándose la vida más allá de su memoria? A base de tinta podría, al menos, tener algo más clara su verdad, como un espejo en el que reconocerse. ¿O le daría miedo?

Yo no sé en qué momento me di cuenta de que necesitaba contar: no sólo lo que me pasaba, sino también (y sobre todo) lo que sentía, lo que imaginaba, lo que podría ocurrir o haber ocurrido y que  (en unos  casos por suerte y en otros por desgracia) no sucedía, pero tampoco dejaba de ser verdad. ¿O son, acaso, los pensamientos o los sentimientos, menos ciertos que los hechos?

A los ocho o nueve años rompí mi primer diario. Dejé de confiar: quizá resulta complicado entender la mayor o menor relevancia que pudieran tener unas páginas de niñez. Yo le di la importancia que para mí tenía en ese momento. Sin darme cuenta, había perdido la confianza en la escritura. Desde entonces he estado enfadada con ella, se acabaron por laaaargo tiempo los diarios (al menos, los diarios sinceros), aunque a menudo me sorprendía apuntando en alguna hoja diferentes desenlaces para algún “conflicto” que me preocupara.

Recuerdo que siempre iba por orden. Escribía, primero, lo peor que se me ocurría: ideas catastróficas como calumnias en el patio del colegio, conspiraciones, expulsiones, atentados contra mi familia, juicios, cárceles, deudas. Cómo temblaba e incluso lloraba, a veces, relatando la posibilidad remota y surrealista de que todo encajara para que mi corta vida se viera irremediablemente truncada. Síntomas todos que se contrarrestaban cuando el mundo me sonreía anotando las mejores posibilidades. Respiraba tranquila recreándome en las hipotéticas situaciones en las que el conflicto simplemente desaparecía o acababa reducido a una simple anécdota. Después escribía otras opciones centrales que, para mi ingenuidad, por su posición neutral entre lo muy bueno y lo muy malo, tenían más posibilidades de ocurrir. Me parecían más lógicas y, por tanto, más verosímiles; como si la vida misma siguiera las normas de alguna ley, algún equilibrio... Pasaba por alto que quizá la única lógica imperante en aquellas “soluciones” era la de la ficción, esa que aún de vez en cuando (más veces que cuandos) me florece por las sienes.

Después, ya adolescente, vinieron las reflexiones efímeras, tan efímeras que, a veces, entre su escritura y su destrucción no había ni siquiera un ejercicio de relectura. Y comenzaba a aflorar la poesía, que no vino primero pura ni frívola, pero yo, niña con ojeras, le sonreía. Porque, a pesar del corsé, traía consigo los dibujos de un montón de sueños y esperanza; y entre sus ropajes de colores pude, más de una vez, refugiarme. En ocasiones lograba verle la cara y descubría, en sus rasgos y sus contornos, algunas expresiones que coincidían con las que el espejo me contaba. Quizá aún queden restos en alguna cañería o en los pozos de algún café: scripta manent era, a veces, un collar de soga en mi garganta.

Hoy me pesan esos escrutinios contra mi verdad, contra mi evidencia, contra la memoria y contra mí. Qué estupidez la de despojarse a una misma de una de las pocas cosas que ninguna otra persona podría arrebatarte. Esa piel de elefante que, forjada justo entre el dolor y la cicatriz, nunca deja de significar.

Hace relativamente poco he vuelto a los diarios, por necesidad, por ordenar la vorágine que a veces es el pensamiento, por atestiguar, por reconocerme en mi letra; y escribo esto como reconciliación con la escritura (y con la memoria). Ahora sé que es para mí como una hermana en la que me reconozco y con la que me peleo a muerte, a arañazo limpio, a tirones de hojas, a bofetadas de recuerdos… pero sin la cual me sería imposible imaginar la vida. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

#evidencias




Un rumor insaciable de vidrio:
reventándose las antenas,
una mosca.

Un olor suicida de hielo:
no cala la tierra porque rebota,
la lluvia.

Yo, desde mi almohada,
puedo ver el fondo
de todas las piscinas.
Y esa verdad tampoco me sirve.

¿Quién será más estúpida de las tres?