Pacto ficcional

Caro lector, antes de leer, firmemos un pacto:

Juro no escribir la verdad, ni toda la verdad y algo más que la verdad.

¿Jura creerse la mentira, toda la mentira y nada más que la mentira?





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domingo, 26 de julio de 2015

El nudo de tu cuerpo



a veces nuestros ombligos, cíclopes enamorados, juegan a rozar las pestañas y se besan como las mariposas. El tiempo y el espacio son llanos (sabrás ya que mi cuentitís es aguda), aunque eso es lo de menos: cualquier cronotopo es bueno si está tu boca, que a veces es blanca de media luna (aunque no es cursi ni esdrújula porque nunca está pálida), pero otras veces es roja de sol en el quicio de la puerta. De las dos formas deslumbra y abrasa. Hace de atmósfera y de desencadenante de todas las tramas posibles e imposibles de la piel traspasada, abecedario infinito, historia en la que los dedos se manifiestan con arrojo contra el desenlace.

Por eso, a priori, éste me parece un cuento imposible: nuestro nudo, no contable, por naturaleza, no cabe en ningún sitio. Solo me queda aferrarme a unas cuantas líneas, a un código finito, trazar un planteamiento, ponerle alas y dejar que vuele. Se trata de escribirte, en directo y en indirecto, de manera exacta pero sin reglas. Todo depende de las circunstancias. Así puedo escribirte en directo, por ejemplo, matándome a versos. O indirectamente puedo escribirte una tilde, si quiero, sobre tu ombligo, que es como una o en la caligrafía de un niño. Y juego, entonces, a ponerle ceja al cíclope, que tiene corazón propio: como el mío, también tiembla y se estremece cuando su nudo se confunde con el de la garganta y les salen todas las vocales a la vez.


Pero este nudo no va con tinta. Porque está hecho de brazos, piernas, troncos, cuellos, piel. No se acaba y no se sabe nunca quién lo empezó. Es redondo y en él sólo se vislumbra, a veces, el horizonte incandescente, a lo lejos, desde el fondo de mis ojos hasta el fondo de los tuyos, donde volvemos a leer, entre la realidad y la fricción, que érase una vez un cuento en el que

viernes, 3 de julio de 2015

Contra Ana Fontalba (Parte 3)


Volví a soñar con su escritura. No tenía ni idea de que el papel escrito pudiera pesar tanto. No hablo de peso físico, hablo del peso de lo que permanece. Scripta manent. La siento latir a veces, y podría asegurar que la sensación es casi tangible si no recordara cómo la vi desangrarse. ¿Puede palpitar un corazón sin sangre? Seguro que sí. Por eso tuve que deshacerme de toda la cantidad de papel que dejó manchado por su puño y letra. Intuí que era inmortal, aún, en sus testimonios, en sus experiencias, en los pensamientos que describía, en su memoria y en su imaginación. Por eso decidí quemar los diarios, arrojar al váter los primeros poemas, romper todo sus intentos de plasmarse en el blanco. De su letra sólo me quedé  con los apuntes de lengua (los de literatura me parecían demasiado personales).

Me desviví tratando de reunir documentos que no tiré porque no estaban a mi alcance: hay gente con la que ella compartía sus textos personales. El mundo está lleno de Zenobias Camprubíes. Me dijeron que ya no tenían nada, pero sé que hay cosas que no me dieron por miedo a que intentara, de nuevo, destruirlas. Después me desviví, lo reconozco, por recuperarlo todo. Necesité recordar y lo necesito a veces. Imposible. Scripta manent  hasta cierto punto, y ya ni siquiera me fío de mi propia memoria: puede que ella se llevara, también, al elefante.

Ahora sospecho que hay alguien que escribe un diario a su nombre, pero he mirado en todas las libretas con pintas de diario y no hay ni rastro. Tendré que asegurarme. Me da miedo. Un diario puede llegar a suponer un poder descomunal que me gustaría reservarme.



Un diario sincero es el purgatorio: podría bajarla de los cielos o 
enterrarla para siempre en lo más hondo del infierno.