“-Soledad de
mis pesares,
caballo que
se desboca
al fin
encuentra la mar
y se lo
tragan las olas.”
F.G.L.
Tropieza con
sus cabellos, se los pisa. Llora apretando los dientes, intentando no hacer
ruido, no respirar. Abre la ventana, no consigue gritar. Se sienta. Se levanta.
Un pie tras otro, una hora tras otra. Y vuelve a tropezar, y el cuadrado se
empequeñece. Y los rayos de antes no son más que flashes oscuros que se cuelan
sin permiso, y se meten hasta el fondo. Y la pierden, y le arrebatan la
capacidad, el código, el habla. Aquí dentro los minutos arrastran los pies, no
llegan, ellos también se caen, se caen por el camino. ¿Y fuera? Espalda y
tabique. Alza la vista, aprieta el puño y se clava las uñas en las palmas de
las manos, traga saliva. Fuera. La garganta se le tensa, llora zumo de limón. Hace tanto tiempo que el viento no la acaricia…
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