Aquella habitación amplia tenía dos ventanas. Si te situabas en la puerta, por la ventana de la izquierda se colaban mil rayos de sol que deslumbraban al instante. Sin embargo, en cuanto te girabas hacia la derecha, enseguida notabas cómo el suelo se iba llenando de agua, porque la ventana estaba abierta y fuera estaba lloviendo a mares, era el paisaje de una noche de tormenta, y algunas veces se colaba por aquellas rejas algún que otro relámpago. Las ventanas estaban situadas de forma que no podías mirarlas a la vez; en el momento en el que perdías de vista el sol y el paisaje claro y colorido, ya era de noche, y encima estaba lloviendo.
Por el oído
izquierdo, la melodía improvisada de unos pajarillos; por el de la derecha, el
canto monótono de la lluvia. Y de frente, un espejo.
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