Que muera
el ser humano
cuando
cesen su error,
su fallo y
su aliento.
Que muera
el ser humano
cuando sucumba su imperfección
y los
aguijones de su pecho.
Que muera
el ser humano
donde
perezcan, avergonzadas,
la
sencillez y la ignorancia
de esta
estirpe de tropiezos.
Solo
entonces, cuando,
como rama
de laurel cortada,
abandone,
en el triunfo,
el leño de
la vida,
ha de
morir el hombre.
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